martes, 7 de febrero de 2012

Tudcum. Tierra de cracks


Año 2005. Viajamos a Tudcum para esos feriados de Semana Santa. El colectivo atestado de turistas nos privó del oxígeno. El aire viciado a vómito del bebé que teníamos en el asiento de adelante nos ocupó las conversaciones y se coló hasta en los pensamientos más personales durante casi todo el viaje. El hedor se metía por la nariz hasta el cerebro y acaparaba todos los sentidos.
Bajamos en la placita de Tudcum. Ya habíamos pasado el cartel “Sumaj Jamus Kakay. Bienvenidos seáis”. Internámonos en el paisaje iglesiano. Apenas una cuadra larga, de esas de campo que equivalen a casi cinco de las de latitudes citadinas. Alrededor, todo. Algunas casas, la plaza, la iglesia y, al final, una cancha de fútbol, enclavada entre lomas. Si algo caracteriza a Tudcum, son las lomas. Por supuesto, el campo de fútbol no tenía pasto. Es un rectángulo árido pero parejo, circundado por lomas que sirven de tribunas para albergar a los seguidores de San Martín de Tudcum o de algún otro equipo que haga las veces de local allí.

Fútbol de altura. Nos desafiaron los locales. Confiados, apostamos dos gaseosas. El partido no fue en aquella cancha, fue en un potrero detrás de una casa. La resaca y los casi 2000 metros sobre el nivel del mar no fueron excusa. Los tudcuneros nos bailaron. Solo atinábamos a verlos volar y practicar tijeras y chilenas y escuchar el “bum” de los cuerpos cuando caían a la tierra. Tierra de cracks.

Año 2012. Esta vez el viaje fue en auto. El paisaje micro, casi igual, a pesar de la megaminería a unos cuantos kilómetros. No hubo lugar ni intención de jugar al fútbol. Los cracks ahora estaban en el ciber batiéndose a duelo en la play 3. Los goles los hacían Messi y Ronaldo.
A la noche, en el bar. Sunset. Una casa adaptada con una barra y unas cuantas mesas y sillas. Cumbia y cuarteto. Bailan con la misma destreza que se movían en la cancha.
No existen sin embargo lamentos de bueyes perdidos en Tudcum. No había sueños de ser futbolistas profesionales. Solo el placer de correr detrás de la pelotita y meter goles en escenarios tan áridos como los defensores que intentaban evitarlos. La alegría por el juego solo tenía ese fin: tirar caños, chilenas y tijeras. Jugar, que no es poco.