domingo, 7 de agosto de 2011

El imbatible link olfativo

La idea que mueve a la película “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos” o “Eternal sunshine of the spotless mind” (Michel Gondry, 2004) es, ante todo, original e interesante. Además, podría ser un negoción. Quién no pagaría mucha plata por zafar del sufrimiento que suelen causar algunos recuerdos, por borrar de cierta capa del cerebro cuestiones que se han guardado en nuestra memoria. La hipótesis de que la no consciencia de ciertas cosas es necesaria para ser feliz, se comprueba en este caso. Joel (Jim Carrey) busca una salida rápida a su dolor (causado por una desazón amorosa) sometiéndose a un aparato que destruye todos los recuerdos relacionados con su ex, Clementine (Kate Winslet), quien ya había acudido al mismo método. Ese es, más o menos, el hilo de la historia del film.

En la vida real, en la generalidad de los casos, nuestra memoria no es “volátil”, no se borra. Al menos las cosas importantes. Y, por supuesto, es el caso de los recuerdos poco agradables. A pesar de esto, creo que es probable controlar, del mar de memorias, a casi todos. Sin embargo existe un tipo de ellos que es casi imposible derrotar y del que, según recuerdo, en “Eterno Resplandor” no se hace mención: los olores, perfumes, aromas.

El link ultraveloz que significan los olores transporta inexorablemente a un recuerdo. En este aspecto, no se diferencian de las imágenes. Pero estas últimas, reminiscencias pensadas en formas visuales impresas en la memoria, pueden ser contrarrestadas por su esencial condición: son más figurativas.
Bien sabido es que siempre es más sencillo pelear contra lo que se ve que contra lo invisible. No es este el caso del sentido del olfato. El enlace es más impreciso, transporta a un recuerdo más vago pero no menos trascendente ni arraigado. Y en nuestra inmensa curiosidad nos adentramos en el archivo para saber el momento exacto al que nos trasladan esos olores. Y ya estamos demasiado adentro del laberinto como para pretender volver. Es el paso previo e irrenunciable, a esas alturas, hacia la melancolía o al mero recuerdo.
La melancolía viene adornada por un sabor agridulce que da el tiempo. Este cubre con una máscara sedosa el pasado no tan inmediato. Sin embargo, ser consciente de ello no impide ser timado por recuerdos falaces; por lo que es casi imposible abstraerse de la melancolía, en mayor o menor medida.

Hoy me lavé las manos con un jabón que rememoraba otra época y fue ya demasiado tarde para evitar la derrota, enlazado por los imbatibles aromas.